jueves, 10 de mayo de 2007

Lovely se casó


El coche de alquiler iba dando órdenes -gire a la izquierda dentro de un kilómetro dirección Berna- por la A5 que une Ginebra con La Neuveville. En el asiento trasero, mi sobrina M minúscula sugería una batería de juegos de viaje mientras Bruno aún canturreaba la última canción de la tarde (a la chichichichiiii uaua! a la uauauaua chichi!). Pablo miraba por la ventana. M minúscula elucubraba sobre cómo iba a ser la Gran Boda Suiza de Lovely con su germano prometido.

- ¿Y hace cuánto que os conocéis Lovely y tú?, preguntó M.
- Pues teníamos como 11 años, y ahora tenemos 33. Calcula.
- Nueve, catorce, quince...- M. susurraba y contaba con los dedos -¡Veintidós!-, anunció, triunfal.

Así que 22 años después de conocerla, ahí me tenías, agarrada a un volante japonés que me llevaba por caminos verdes a ver cómo se casaba nuestra Lovely, igual de rubia que siempre, igual de contenta que el primer día que empezó su historia con el chico moreno internetero, igual de apacible y segura.

Miren, irse de viaje con un niño de dos años irascible y encantador a partes exactamente iguales es una lotería, y a nosotros nos tocó línea, bingo y el combo. Ahorro detalles sobre la extenuación máxima, las locuras de los aviones que no llegan, la impaciencia, y os cuento que el sitio donde Lovely y M. se casaron es un pueblo de cuento, con su lago, su ambiente medieval y su canesú (verde). La noche antes de la boda nos invitaron a una raclette en una bodega del año pum donde daban ganas de ponerse un traje corte imperio y un cucurucho con ribete de tul en la cabeza. Por lo menos a mí.

Al día siguiente, turismo bajo la lluvia en una ciudad donde lo mismo los lugareños hablan francés que alemán, porque esa parte de Suiza es así de desquiciada y polifacética. Morat es una ciudad amurallada pequeña y como de Erase Una Vez El Hombre, capítulo Guerras Católicas. Un paseo, comer salchicha y corriendo al hotel que la ceremonia empieza a las cinco en punto.

Ya vendrán las fotos, pero avanzo que los dos estaban guapísimos. Lovely llevaba un vestido corto a la rodilla, con escote en uve y dos colores (blanco y beige) que era discreto y chic, y que cumplía su función perfectamente porque cierro los ojos y no me puedo imaginar a Lovely casándose con otro traje que la definiera tan bien. La ceremonia transcurrió un poco lenta, porque Bruno tenía mucho interés en correr y gritar y moverse en dirección contraria a todas partes, y porque oficiaba una pastora alemana luterana que decía cosas incongruentes para los que no hablamos su idioma.

Yo miraba desde el tercer banco y la veía sentada de espaldas, con su vestido perfecto, su diadema escueta sobre la melenita corta y rubiafresa, y me emocionaba pero me decía no te emociones porque tú no eres de esas y las bodas te dan igual, pero no me da igual, joder, porque se casa enamorada hasta el final del canalillo, contenta y convencida, se casa con un tipo que la va a querer un montón y después de tanta correría y tanta alegría y tanto llorar por las esquinas por los furtivos chavales que se escaparon o dejamos escapar en todos los veranos en los que tuvimos quince años de edad mental, porque se casa en Suiza y tengo la suerte de verlo, porque la que se casa es Lovely, enhorabuena bonita.

2 comentarios:

V dijo...

Sigo con una sonrisa de oreja a oreja desde el sabado. Y acaba de doblar con tu post =D
Mil besos y mil gracias por haber compartido este momento conmigo.
What are we celebrating next? ;-)

Anónimo dijo...

"... se casa enamorada hasta el final del canalillo..." ¡¡¡DIVINO!!!

Lástima que no sirva también para mí.

Besos a las dos y enhorabuena Lovely

Trix