Después del intenso picnic de la tarde del sábado, mi hermana y yo nos adentramos en Madrid para irnos a cenar con unas mujeres, todas extranjeras, todas divinas, a celebrar la despedida de soltera de LovelyV. El circuito empezó en Spott, continuó en la parte baja del Susan y finiquitó por mi parte en el Costello. Una retirada a tiempo es básica cuando estás de fiesta infantil-juvenil desde primera hora de la mañana (dijo ella a la defensiva).
Yo no conocía el Costello porque llevo fuera de la noshe madrileña demasiado tiempo, pero me encontré en casa nada más cruzar la puerta. Qué alegría de ambiente, de musiquita y tremenda la sopresa cuando bajas la escalera y un garito nuevo ruge detrás de la cortina.
Mientras aún estábamos en la planta de arriba, mi hermana me señaló una pareja que se miraba así como mirabas tú a tu tercera novia en el instituto, y como miraba yo a River Phoenix en el poster de mi cuarto. Mi hermana les había tratado una vez por un bisnes y ahora dudaba si saludar o no. Ellos, acaramelados y envueltos en merengue, charlaban y se reían y se contaban cosas al oído. Ella tenía el pelo largo y él también. Rondaban los 30. Bebían cerveza.
Mi hermana me dio más datos. "Tienen tres hijos". Y entonces me volví a girar, casi sin discreción, para comprobar que eran ellos. Ella se tocaba la melena y él sonreía, mirándola así como tú mirabas los escaparates de Viena Capellanes al salir del cole. Tres hijos después, yo también querría mirar a mi pareja con enajenación romántica aguda. Y que me mirara como si fuera Uma Thurman envuelta en látex, y no Uma B. envuelta en ojeras. Por ejemplo.
martes, 24 de abril de 2007
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2 comentarios:
Auch!
el costello nos gusta a todos, es uno de los buenos. pena no veros más después.
suscribo lo de todas divinas.
pablo, ya sabes, a desayunarse un vaso de almibar todos los días
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